Esa fue a la conclusión a la que llegué con una amiga luego de una conversación telefónica de una hora en la que ella sintió (así lo definió) que "un perro me estaba ladrando del otro lado del aparato" (excelente descripción, dicho sea de paso). Y sí, amigos y amigas, esta semana fue una montaña rusa de emociones. Mi humor se transformaba radicalmente después de las 5 de la tarde, hora en la que mi mente dejaba de estar ocupada con actividades escolares y niños correteando. Aunque el trabajo seguía en casa (escolar y hogareño), volvía a mi realidad embarazosa en la que todo o nada puede desatar una hecatombe. Quería irme lejos, al mar. No me aguantaba ni yo. Barría la casa a las once y media de la noche, limpiaba el baño a las dos de la mañana, chequeaba las redes sociales cada dos minutos (como si contara contracciones, no sé), le contestaba mal a todo el mundo o acotaba las respuestas a monosílabos (pobres mis padres, no lograron hablar conmigo más de 10 minutos esta semana). Razones para irritarme tenía, de sobra. El problema es que estaba ácida y no podía controlar mis emociones. No podía salir de ese estado emocional. Ni las técnicas de respiración de Sri Ravi Shankar ni mandalas ni contar ovejas podían con mi histeria. Por suerte controlaba mis respuestas. Creo que si decía lo que realmente pensaba lo que pasaba por mi cabeza en ese momento, terminaba con un chaleco de fuerza, o separada, o desocupada, o forever alone. Sólo hubo Pero buenouna persona que pudo disolver el dilema y fue una taxista.
Situación.-
Volvía del trabajo. A casa. Ya había desistido de ir a la Terminal a sacarme un pasaje a la costa. Había caminado diez cuadras para tomarme el colectivo vacío, pero justo lo vi pasar y me lo tomé. Lleno. Pero bueno, al menos había hecho algo de ejercicio, ponele. Acá en Argentina comenzó la primavera y con ella las alergias y como si no bastara con todos los cambios que tengo, también la alergia comenzó a batallar mi cuerpo. Por ende, tenía los labio hinchados y cada vez me ahogaba más adentro del bondi. Así que decidí bajarme llegando a la 9 de Julio y tomarme un taxi. Tan caro no me iba a salir. Me tocó una mujer al volante, raro, hasta ahora nunca me había pasado salvo en otros países. Le dije hasta dónde iba y empezamos a intercambiar comentarios sobre el clima (típico). Y en eso me agarraron unas ganas irrefrenables de preguntarle a la mujer sobre su embarazo, sentía que había una voz de la experiencia que necesitaba escuchar. Y ahí fui.
Yo: Disculpe, estoy haciendo tipo una encuesta, ¿usted estaba de muy mal humor cuando estaba embrazada?
T: Mmm, no. Vos, sí?
Yo: Sí, mucho. Quería comprobar si era la única.
T: Ah, no, pará. Ahora que me acuerdo una vez me encerré en el baño de la bronca que tenía porque había discutido con mi marido. Sí, ahora que me acuerdo estaba más sensible, más irritable.
Yo: Ah? Así es estar irritable cuando estás embarazada?
T: Y sí. Yo confesé cosas después de haber parido porque en ese momento, me daba vergüenza decirlas. Como por ejemplo, que no sentía al bebé.
Yo: A mí me costó aceptar el embarazo. No me levanté un día y dije "Soy madre".
T: NOOOOOOOOOOO! Yo, al no sentirlo, me veía con una panza enorme pero no caía que estaba embarazada. Y ni te digo mi marido. Sólo lo entendí cuando el obstetra me dijo que ellos no tomaban conciencia del embarazo hasta que el bebé nacía.
Yo: Ah bueno, me quedo más tranquila.
T: No, sí. Tenele paciencia. Tienen altibajos durante el embarazo. Y compartí. No quieras hacer todo vos sola. Dejalo que él haga.
Yo: Sí, es verdad.
Llegué a casa. Me había ido a comprar la merienda. Me acosté y esperé que viniera. Lo ví y aunque el enojo seguía (porque yo tenía razón!), lo amé más que nunca. Necesitaba de su calidez, de sus caricias en la frente. Mis hormonas volvieron a su lugar. Dormimos, hablamos, nos abrazamos. Jugamos con el bebé.
Sé que la ira volverá en cualquier momento y por cualquier pavada, con él o con quien se atreva a toparse en mi camino. Pero también sé que siempre él está ahí, sosteniendo, acompañando. Amándonos.
Gracias :)