jueves, 6 de febrero de 2014

Ser madre y la identidad.-

A los cuatro meses de estar embarazada, viajé a Europa con mi marido. El viaje de mi vida. Totalmente inalcanzable por años. Realmente un sueño hecho realidad. Ayer nos topamos con las fotos buscando otras cosas e hicimos una recorrida nostálgica de ese viaje tan lindo y último solos! (Y ahora posta inalcanzable jaja) Vimos videos y pensábamos que habían pasado menos de dos años y parecíamos tan jóvenes!  Tan despreocupados, tan desfachatados por así decirlo. 
Yo pensaba en cómo cambia la vida con un hijo y cómo ese cambio se refleja en uno y por esas casualidades de la vida (o no), hoy me topé con esto. No podría describirlo mejor.

A veces es muy duro convertirse en madre.
Sí: vale la pena.
Sí: es la experiencia más poderosa que puede llegar a vivir una
mujer.
Sí: nada te marca tanto como el momento en que sostienes por fin en
brazos al hijo que acaba de salir de ti, deliciosamente sucio, húmedo, caliente, y te mira
a los ojos como diciendo: te conozco.
Pero es duro.
Y no sólo se trata de la falta de sueño, de las secuelas del parto, de los cuidados que
demanda un recién nacido (¡tan pequeñito y tan exigente!), ni siquiera del cóctel de
hormonas que te deja turuleta hasta varias semanas
después. Tampoco la falta de experiencia y la
incertidumbre acerca de si lo estás haciendo bien o no,
ni las propias dudas y comentarios de familiares
bienintencionados pero que no hacen sino disparar tu
propia inseguridad, tu miedo.
Es bastante más que eso. Es la ruptura total y
repentina con tu propia identidad, con aquello que
hasta el momento de parir te había definido: tus proyectos, tus ambiciones, tu trabajo,
tus amigos, tu cuerpo, y todo aquello que llamabas tuyo. Tu tiempo. Tu vida.
Es mirarte al espejo mientras tu criaturita está prendada a tu pecho, y no reconocerte.
¿En qué momento te convertiste en esta mujer ojerosa que no tiene un minuto ni para
darse una ducha? ¿Quién es ella? ¿Quién eres ahora?
Sigues siendo tú, sólo que una versión más grande de ti misma. Pero al principio no lo
sabes. Al principio no te encuentras. No hay nada que logre vincular esta nueva vida tuya
de cambios de pañal, tetadas a deshoras y canciones de cuna, con aquella otra vida que
parece tan remota, aquella en la que ibas y venías a tu antojo, disponías de tu tiempo y te
pertenecías.
Porque, claro, todo tu ser es ahora para otro. Y ese otro se está alimentando de ti, no
sólo de tu leche, sino también de tus caricias, de tus canciones, de tus palabras, de tu
calor. Y el tiempo pasa, desde luego que pasa. Llegará el momento en el que, sin darte
cuenta casi, las tomas se acorten y las horas de sueño nocturno se alarguen. Tu bebé
aprenderá a sostener la cabeza, luego a darse la vuelta, luego a gatear. El día menos
pensado te regalará una sonrisa y pensarás que todo el esfuerzo ha sido poco. Un día te
dirá mamá. Lo verás correr en el parque, subirse solo al tobogán, jugar con otros niños,
garabatear las primeras letras que te mostrará orgulloso. Y por nada del mundo querrás
cambiarte por esa otra que eras, y que tan poco sabía acerca del amor♥.
LO MAS BELLO QUE PUEDE VIVIR UNA MUJER, SER MADRES.

Sueña un sueño despacito, entre mi manos,
hasta que por la ventana suba el sol...

domingo, 2 de febrero de 2014

Struggling with demons.- Luchando contra mis demonios.

Cómo venía contando en mi último post, reacomodarme se me está haciendo difícil. Esta semana incorporamos a una nueva integrante a la familia, una perrita de tan sólo dos meses. Una bolita de pelos, divina, juguetona. Hace rato quería tener una pero por cuestiones de tiempo y espacio no se daba. Surgió la oportunidad y sin pensarlo mucho, la trajimos a casa. El mayor motor fue el nene. Le gustan los animales y nos pareció una buena idea que crecieran juntos. Les juro que desbordé de felicidad al tenerla acá en casa. Es como el dibujo perfecto que hacemos cuando somos chicos: la casa, el marido, los hijos, el árbol y el perro. No les voy a negar que fue (y todavía sigue siéndolo) medio caótica la adaptación porque ambos son muy chiquitos. Además el gordo se puso bastante celoso al ver que alguien más se sumaba. Pero poco a poco, se van llevando y amo verlos jugar y ver como la perra se desespera al verlo para llenarlo de besos. Hasta acá todo maravilloso como lo que es porque no hay nada que esté mal!
Pero bueno, como viene pasando últimamente, pavadas de la vida, momentos sin relevancia me desorientan. Me encantaría poder poner en palabras cómo me siento en esos momentos. Es como si cayera en un agujero negro en el que todo se va derrumbando y no puedo ver la salida, ni nada bueno. Es como el hombre vestido de gris sosteniendo un paraguas con una lluvia que sólo le toca a él. Y pareciera que esa nube puta me siguiera a todas partes por más que este soleado. Es un sentimiento que invade. Y ese agujero está lleno de sensaciones espantosas: inseguridad, abandono, temor, desconfianza, paranoia. Y no puedo expresar lo que me pasa porque cuando lo pongo en palabras me doy cuenta de lo ridículos que suenan mis planteos. Porque me preocupo por cosas que nadie me pide que me preocupe, me hago cargo de cosas que nadie me pide que me haga cargo y me enojo porque me hago cargo. Yo sé que estos problemas vienen heredados. Ya los viví, ya los ví. Pero sin embargo, ahora que me atacan a mí, no los puedo manejar. Soy conciente de ellos pero ya dejó de ser suficiente. Porque desgasta, aburre, y no quiero que mi familia viva con estos demonios. NO quiero que sean un tema de conversación recurrente. No quiero que tomen un espacio relevante en mi vida. 
Hoy decidí que quiero hablar de esta lucha sólo en este blog. Hablar de estas luchas internas y mis conflictos maternales. Y espero que las alegrías empiezen a invadirlo para desplazarlos a un lugar en el que ya no existan más. Espero también sostener esta decisión y que no sea otro vano intento...